De la Motilla del Azuer se ha hablado mucho y se ha contado casi todo, este articulo quiero que sea diferente con el fin de que el lector, sienta esta historia desde otro punto de vista, un poco más fantástica y dentro de esta sección nueva de “Historias diferentes”, teniendo como objetivo primordial aportar conocimiento de este maravilloso emplazamiento que tenemos aquí en la Mancha, orgullo para todos los que somos de Daimiel.
Para empezar este artículo con buen pie, tengo que confesar que yo personalmente no he ido nunca a visitar la Motilla, quiero decir en esta vida, me lo han propuesto en varias ocasiones, además un vecino mío trabajó allí, en las labores de recuperación de piezas, cada vez que me invitaban a ir, se me hacía un nudo en la garganta y se me ponían los pelos de punta, en otras palabras mi ser interno se niega a ir, posiblemente, más adelante quizás me atreva.
Yo ya he confirmado que viví allí en un tiempo pasado, muy pasado, y por eso ahora algo en mi interior me dice que no quiere ir, quizás las ruinas que ahora existen no reflejan bien el esplendor de cuando este lugar estaba en su máximo apogeo, no quiero sufrir, verlo de nuevo y comparar con lo que era antaño. He sentido mucha curiosidad por saber realmente que fué de ese paraje y quien fuí yo por aquel entonces.
He consultado los registros akásicos para que me dieran información. Muchos de vosotros os preguntaréis que son estos registros, seguramente no habéis oído nunca hablar de ellos. Yo he practicado y asistido a algunos talleres de lecturas akásicas y os voy a contar rápidamente que son y para qué sirven, ya en otro artículo más adelante profundizaré más sobre el tema.
El Akasha es el éter, sin el Akasha la existencia de toda vida sería imposible. Realmente el Akasha es la sustancia primordial del universo, sin dicha sustancia no existiría la naturaleza, es una dimensión en el universo que subyace a todas las cosas que existen en él.
Los Registros Akáshicos son una memoria universal de la existencia, un espacio multidimensional dónde se archivan todas las experiencias del alma incluyendo todos los conocimientos y las experiencias de las vidas pasadas, la vida presente y las potencialidades futuras.
Cualquier cosa tiene su propio Registro Akáshico, cada persona, cada animal, cada planta, cada piedra, en definitiva todo lo que existe o con potencial para existir tiene su propio Registro. Todo lo que existe tiene almacenado en su interior una parte de sabiduría a la que podemos acceder si sabemos cómo.
Mediante la información recabada gracias a las consultas hechas a los registros y la información recogida en varios documentos , he reconstruido una historia creíble o no de una posible vida pasada ya hace mucho tiempo, puede ser verdad o NO ?, pero nos ayudará a saber más sobre esta civilización que existió en un pasado ya remoto, algunos de los datos aportados han sido ya reconocidos por los arqueólogos que estudian este lugar, otras pueden ser fruto de mi imaginación, “ficción o realidad todo es cuestión de credibilidad«, ruego que se no tome de forma científica esta historia hasta que estos datos no sean verificadas por los profesionales.
Vamos a viajar en el tiempo hace unos 4000 años, estamos en un asentamiento fortificado de la edad del bronce, ubicado en la vega del río Azuer al que da nombre, mi nombre es Lerondo, nos hemos trasladado a una civilización del pasado; yo soy el protagonista de esta la historia, aquí las labores de la tierra son lo más importante para nosotros , tenemos silos de cereales y pozos donde guardamos la recolección, la custodiamos como si fuera oro, para nosotros es el sustento que nos da de comer ya que los frutos del campo son uno de los principales alimentos.
Vivimos unas cien personas en esta fortaleza rodeado de piedras que mis anteriores parientes habían construido con su esfuerzo. Se había descubierto el bronce hacía poco tiempo y eso hizo revolucionar toda la forma de hacer las cosas. Aumentaron las relaciones económicas con otros pueblos cercanos, se mejoró la producción, las armas empezaron hacerse más eficientes, quisiera decir que yo era herrero, mi padre aprendió hacer armas con este nuevo material y a fundir el aluminio con el cobre , yo continúe sus pasos y me hice un gran profesional.
Los habitantes del poblado vivíamos normalmente dentro de los muros, los que vivían en la ciudadela, se ocupaban de los ataques que venían del exterior. En el gran patio se encontraba el pozo central y alrededor estaban los silos de almacenamiento para guardar los cereales, “El gran patio» era el pozo, así le llamábamos todos, de él sacábamos el agua que abastecía a toda la población, era el centro del establecimiento, alrededor de él se construyo toda la fortificación y en su entorno se encontraban silos de almacenamiento de aproximadamente 6 m3. En estos se guardaba cereales y legumbres y la cebada desnuda, aunque esta menos, fue desapareciendo con el tiempo; también el taller de fundición de metales y cabañas para cabras, caballos, cerdos o perros. Tenía un amigo que dedicaba a la caza, con otros iban a cazar ciervos, conejos y liebres y a menudo traían jabalís y algún que otro gato montés. Mi hermana Indana, era muy habilidosa pues había aprendido de la abuela el arte textil y la cerámica, dedicaba casi todo el tiempo a estas artes y no se había casado, decía que no le gustaban los hombres de por aquí, había un chaval que le hacía tilín de una motilla cercana, con el tiempo llegó a casarse con él y nos dejó para formar una familia en el otro lugar.
La fortificación externa tenía una disposición circular, en élla se encontraba la entrada al recinto. En el exterior teníamos casas con zócalos, de unos 50 metros de diámetro, donde se alojaban las familias. Existía la torre central, era un punto de vigilancia de todo el entorno. Desde allí arriba se vigilaba todos los alrededores y podíamos ver y controlar a todo el mundo que se acercaba. Nos defendíamos con arcos de flechas, unas hechas de piedras de sílex y otras de marfil, pues teníamos contacto con algunos mercaderes que de vez en cuando nos traían cosas de más allá de nuestras fronteras que luego las utilizábamos para hacer collares y piezas de orfebrería elementales. Un primo mío tenía ovejas y de la leche que obtenía hacia quesos, cuajadas y requesones que usaba para intercambiar y obtener otros alimentos.
La edad que llegábamos a tener rondaba los 50 años, en aquella época los avances de la medicina eran escasos, una persona de 40 años era un viejo ya, las personas que fallecían se las enterraban en el fondo donde estaba la necrópolis aunque en algunos casos se podían enterrar en la propia vivienda.
De momento voy a terminar estas vivencias diciendo que han sido para mí una forma de recordar una vida pasada que quizás tuve en un lugar en el tiempo , podría seguir contando algunas cosas más que llegaron a mi mente en tas sesiones de estudio y trabajo pero me extendería bastante más de lo que me permite este articulo. Solo me queda decir que la aprensión que tenía por visitar la Motilla ha desaparecido y pienso dentro de poco visitarla sin miedo alguno, si hay ocasión contaré mis nuevas experiencias en un próximo artículo.
Para poder visitar la Motilla del Azuer debe adquirir la entrada a través de la web o bien en el Museo Comarcal de Daimiel.
Para más información ver la web:
http://www.motilladelazuer.es/La-Visita/Tarifas-y-horarios.html